Capítulo 1: El Teorema de la Entropía Humana y el Factor Rosa
Sainan, en su concepción arquitectónica, es un testimonio del orden japonés frente a la entropía marina. La ciudad funciona como un delicado ecosistema de microclimas donde las ráfagas de viento oceánico, canalizadas por los estrechos callejones comerciales, hacen que la temperatura oscile violentamente, cargando el aire con un aroma a salitre y flores de cerezo en plena eclosión. Para un observador externo, es una ciudad costera pintoresca; para cierto joven de cabello castaño que caminaba por la avenida principal hacia la Academia Sainan, este entorno era una serie de vectores y variables físicas.
Con una estatura de 1.87 metros, su presencia cortaba el flujo de la multitud con una elegancia casi depredadora. Poseía la constitución exacta que un autor de manhwa coreano diseñaría para un heredero de Rofan: hombros anchos que sostenían el uniforme con una caída impecable, una cintura delgada pero firme y una musculatura funcional, forjada en la disciplina marcial, que no desperdiciaba ni un solo julio de energía en cada zancada. Su rostro, de facciones afiladas y ojos que destilaban una calma analítica, proyectaba una madurez que lo separaba drásticamente del resto de los adolescentes que corrían para no llegar tarde.
Al pasar frente a una de las residencias del distrito, la señora Okumura, una vecina de unos treinta años conocida por su elegancia y su reciente matrimonio, detuvo su tarea de regar las plantas. Sus mejillas se tiñeron de un rosa involuntario mientras observaba la espalda del joven alejarse.
—Cielos... Yuuki-kun realmente ha crecido de forma increíble —murmuró para sí misma, con un suspiro que delataba un pensamiento poco apropiado para una mujer casada—. Parece una celebridad de esas que salen en las novelas de medianoche. ¿Cómo es que todavía no lo han reclutado en ninguna agencia?
El chico, llamado Yuuki Rito, no era consciente de los murmullos, los suspiros ni de los pensamientos inapropiados de la joven casada. Su mente estaba en un estado especial que él denominaba «Sincronía Operativa». Era una burbuja de control absoluto, su forma de imponer un algoritmo de orden en un universo que tiende naturalmente al desastre. Para él, caminar por Sainan no era un paseo, sino un ejercicio de mantenimiento estructural: el talón impactaba el asfalto con la presión justa y su respiración rítmica dictaba el tempo de la realidad mientras observaba los pétalos de cerezo como simples variables de color en un eje X-Y.
Sin embargo, incluso el sistema más robusto tiene un punto de ruptura crítico, y el de Rito vivía a solo tres manzanas de distancia.
—¡¡¡JOVEN YUUKI-KUN!!! ¡¡¡DETENTE AHÍ, TENGO ALGO IMPORTANTE QUE DECIRTE SOBRE LA JUVENTUD QUE NOS ESPERA!!!
Ese grito, que probablemente acababa de despertar a los vecinos que aún disfrutaban del último remanso de paz matutina, cortó la armonía de Yuuki-kun como una sierra eléctrica sobre cristal. En su cosmos personal, se activó de inmediato una respuesta de análisis: la Entropía Humana. Según su lógica, el universo posee una capacidad casi sobrenatural para enviar a alguien ruidoso en el momento exacto en que uno alcanza la paz técnica, dinamitándola con la eficiencia de una demolición programada.
Yuuki-kun no se detuvo. Sus párpados se apretaron con una lentitud dramática mientras ajustaba su ritmo respiratorio.
—Uno —susurró. Protocolo de identificación: localizar el foco de la perturbación mediante la ecolocalización del chillido.
—Dos —continuó. Forzar a sus fibras musculares a no interpretar el estruendo como una amenaza de nivel Alfa que requiriera una respuesta de combate instintiva.
—Tres. El último bastión de su paciencia marcial acababa de ser ejecutado sin piedad.
En ese instante, Saruyama Kenichi colisionó contra su espalda. Fue un impacto desordenado, carente de cualquier tipo de técnica o control cinético. Yuuki-kun, sin embargo, permaneció inamovible, como una columna de granito anclada al núcleo de la tierra. Absorbió la energía del choque mediante una micro-vibración de sus vértebras dorsales, disipando la fuerza directamente hacia el asfalto a través de sus talones, sin que su paso vacilara un solo milímetro.
—¡¡G-Guaah!! ¡Maldición! —Saruyama retrocedió un paso, sobándose el hombro con una mueca de dolor genuino tras el impacto—. ¡Rito, maldito animal de sangre fría! ¡¿De qué están hechos tus hombros?! ¡Parece que he chocado contra el casco de un portaaviones! ¡Siento que mi clavícula acaba de pedir la jubilación anticipada!
Rito se giró lentamente, realizando un pivote perfecto sobre el eje de su cadera. Mientras observaba a su amigo relativamente bajo quejarse, no pudo evitar pensar que las tres manzanas de distancia que separaban la residencia Yuki del apartamento de los Saruyama eran, estadísticamente, la falla catastrófica más persistente en su planificación vital.
—Buenos días, Saruyama. Tu frecuencia respiratoria sugiere que tu corazón está intentando independizarse de tu caja torácica —comentó Rito con un cinismo seco—. Y si te duele, es porque decidiste que embestir a un objeto de mayor densidad con la fuerza de un jabalí en celo era una buena estrategia de saludo. Tu uniforme está tan arrugado que parece que te has peleado con un oso y, por los resultados, el oso ganó.
Y tu no eres el oso!?
Saruyam se quejo para su adentros pero lo dejo de lado. —¡No me vengas con diagnósticos médicos, genio!
El chico se sacudió el polvo, recuperándose con esa resiliencia aterradora de los que carecen de sentido de la vergüenza—. Llevo desde el cruce de la avenida comercial intentando que te detengas. ¡Te grité tres veces mientras pasabas por la tienda de conveniencia, pero parecías estar en un trance místico calculando la resistencia del aire! ¡¿Cómo puedes ignorar así el rugido de la sangre de tu mejor amigo?!
—Estaba manteniendo el centro —respondió Rito, reanudando la marcha. Ahora caminaban por la avenida comercial que bordeaba la colina de la academia, un tramo donde las máquinas expendedoras brillaban bajo el sol de la mañana—. Algo que claramente tú ignoras. Si te ignoré, no fue por misticismo, sino por pura autodefensa acústica. ¿Qué es esa urgencia de «juventud» de la que gritabas de forma tan... poco decorosa?
Saruyama se detuvo en seco, plantando los pies en el asfalto y extendiendo los brazos hacia los edificios del Distrito Comercial de Sainan como si estuviera invocando a una deidad antigua.
—¡¿Qué qué es?! ¡¿Acaso el aroma del aire no te lo dice, Rito?! ¡Es la primavera! ¡La estación de las revelaciones carnales y el despertar de los instintos! —El grito de Saruyama resonó contra las persianas metálicas de los locales aún cerrados—. ¡He tenido una epifanía anoche mientras analizaba el flujo de la población estudiantil! He comprendido que abril no es solo un mes en el calendario, ¡es un cambio de paradigma táctico! Significa que las faldas se vuelven ligeras por decreto divino y el viento marino de Sainan se convierte en nuestro mejor aliado estratégico. ¡El aire de abril no es solo nitrógeno y oxígeno, Rito... es una fuerza diseñada para el beneficio de la humanidad apasionada!
Rito arqueó una de sus cejas perfectamente perfiladas, manteniendo su mirada al frente mientras cruzaban el puente que llevaba a la entrada principal de la escuela. Una sonrisa de sornía, casi pretenciosa, apareció en su atractivo rostro; era el contraste definitivo: la belleza matemática de la primavera contra el caos hormonal de su acompañante.
—Absurdo sin medida —sentenció Rito con una frialdad técnica—. El viento es un fenómeno atmosférico causado por diferencias de presión barométrica, Saruyama. No es un «aliado» de tus hormonas fuera de control. De hecho, según la dinámica de fluidos, la probabilidad de que una ráfaga actúe exactamente como tu mente desea es estadísticamente insignificante frente a la probabilidad de que simplemente te entre polvo en los ojos.
—¡Oh, qué poco espíritu! ¡Es por eso que no tienes novia a pesar de tener esa cara de modelo y esa estructura física envidiable! —Saruyama lo señaló con un dedo acusador mientras subían la pendiente hacia la academia—. Escucha bien: he estado analizando los ángulos de visión desde las escaleras del bloque B durante todo el receso. Si el viento sopla a exactamente 15 nudos desde el suroeste, ¡la probabilidad de un avistamiento de «la Tierra Prometida» aumenta un 40%! ¡Es ciencia, Rito! ¡Ciencia de la buena basada en la observación empírica del campo de batalla escolar!
—Si usaras esa capacidad de análisis para las matemáticas, no estarías en riesgo de repetir el año —replicó Rito, su voz cargada de un sarcasmo adulto.
Al cruzar el umbral de cemento de la Academia Sainan, un grupo de estudiantes de primer año se detuvo a mirarlo, cuchicheando con timidez ante su porte y esa mirada profunda que él mismo ignoraba. Rito simplemente ajustó su maleta, ajeno al efecto que su simple presencia generaba en el ecosistema escolar, mientras Saruyama seguía gesticulando sobre "vectores de visibilidad".
—Debo advertirte que solo estás a un paso de que Yui Kotegawa te denuncie por acoso visual crónico o, peor aún, por estupidez, Kenichi.
Saruyama se detuvo en seco justo antes de cruzar el umbral del getabako, señalando a Rito con un dedo acusador mientras entrecerraba los ojos con una envidia que casi podía palparse en el aire.
—¡Tú hablas así porque tienes el modo «trampa» activado de nacimiento! —exclamó Saruyama, bajando la voz solo lo suficiente para no ser expulsado antes de la primera clase—. Eres un bishounen con aura de modelo melancólico y un cuerpo que parece diseñado por un ingeniero de materiales para resistir impactos de artillería pesada. ¡Sairenji siempre te mira cuando pasas con esa cara de «ay, qué chico tan guapo y profundo»! ¡Y tú... tú prefieres analizar la resistencia de los materiales del suelo o la velocidad del viento!
Rito suspiró, abriendo su casillero con una fluidez que hizo que el metal apenas produjera sonido. Extrajo sus zapatos de interior con un movimiento de economía motriz perfecta.
—Sairenji y yo somos simplemente compañeros de clase, Saruyama. La distancia que mantengo es la necesaria para la armonía social y para evitar variables que no puedo controlar. Mi «aura», como tú la llamas, es solo fatiga acumulada por el entrenamiento matutino. No confundas la falta de sueño con profundidad existencial.
—¡Tu «armonía social» es una jaula de castidad de titanio reforzado!
Diciendo que, Saruyama se acercó al oído de Rito con un gesto conspirador mientras se cambiaba el calzado—. Por eso, hoy en el almuerzo, vamos a aplicar la Estrategia del Perro Callejero. Es una teoría infalible que he desarrollado tras observar que las chicas no pueden resistirse a algo que parece necesitado de afecto pero que mantiene un aura de misterio.
Rito se detuvo en seco con un zapato a medio poner. Una pequeña contracción apareció en su ceja izquierda, el primer signo de que su Sincronía Operativa estaba empezando a agrietarse.
—¿La estrategia de... qué? Por favor, dime que no implica ladrar en el comedor por un trozo de pan de yakisoba.
—¡Es psicología avanzada, Rito! —insistió Saruyama con el fervor de un profeta incomprendido—. Tú tienes el rostro y el misterio, pero te falta lo «necesitado». Si te acercas a ella y, con esa atractiva mirada profunda que tienes, le pides un poco de su comida porque «olvidaste tu almuerzo entrenando», ¡bam! Instinto maternal activado. Es como ganarse el afecto de un cachorro, pero a la inversa.
Rito miró a su amigo con una expresión que mezclaba la lástima con el deseo de aplicar un punto de presión en su carótida para inducir un silencio misericordioso.
—Saruyama... Sairenji es una persona, no un sujeto de condicionamiento canino. Intentar manipular el instinto maternal de una compañera de clase es, por definición, el fin de mi dignidad. Además, mi tasa metabólica requiere una ingesta calórica exacta que tu plan de «mendigar sobras» no cubre.
—¡La dignidad no te dará una cita ni mucho menos sexo, Rito! —gritó Saruyama, perdiendo el control de su volumen justo cuando Yui Kotegawa doblaba la esquina del pasillo con su brazalete de disciplina brillando bajo las luces fluorescentes.
Como resultado, la mirada que Yui le dedicó a Saruyama fue de un desprecio tan absoluto que podría haber congelado el núcleo de una estrella.
—Saruyama Kenichi...- Su voz severa y cargada de asco podría hacer correr incluso a los guerreros más curtidos y congelar tigres hambrientos.
Rito, manteniendo su centro y fingiendo que no conocía al individuo que gritaba sobre sexo en una institución educativa, simplemente hizo una inclinación de cabeza cortés hacia la jefa de disciplina, quién se lo devolvió con su manos en la oreja de Saruyam, y siguió caminando hacia el aula.
Dejó atrás a su amigo, quien ahora intentaba explicar tartamudeando que «la libertad de expresión es un derecho constitucional incluso para los hombres apasionados».
Rito solo volvió a suspirar mientras subía las escaleras hacia el tercer piso.
Tenía el poder para enfrentar amenazas que la humanidad ni siquiera imaginaba, pero sobrevivir a las tonterías de Saruyama y a un lunes por la mañana en Sainan era, sin duda, su entrenamiento de supervivencia más riguroso.
La cafetería de la Academia Sainan constituía, en esencia, un ecosistema donde la jerarquía darwiniana se decidía por la celeridad para alcanzar un pan de yakisoba antes que la competencia. El aire se hallaba saturado por una amalgama de efluvios de fritura, efervescencia adolescente y esa desesperación social que solo se respira antes de los exámenes parciales. Para Yuuki Rito, este entorno era una cacofonía de estímulos que debía filtrar mediante su entrenamiento de percepción sensorial.
Rito se encontraba sentado frente a un tazón de udon que, según sus cálculos térmicos, perdía calor a un ritmo implacable. Sin embargo, su atención no radicaba en los fideos, precisamente, sino en cómo debería entrenar más tarde o qué película de artes marciales ver si no...
—¡Rito! Cesa tu escrutinio sobre la pérdida de energía térmica del caldo y observa hacia las doce en punto —siseó Saruyama, cuyo sándwich desaparecía a una velocidad que desafiaba las leyes de la biología gástrica—. Es el momento perfecto para aplicar la estrategia que te dije. Aproxímate, sé natural y proyéctale esa necesidad de cuidados. Es infalible.
Rito exhaló un suspiro cargado de un cinismo silencioso. El consejo de Saruyama era una afrenta a la lógica, un absurdo que pretendía reducir la interacción humana a un condicionamiento pavloviano de jardín de infancia. Sin embargo, la mención del «objetivo» provocó una fluctuación involuntaria en sus canales de energía. Intentó mantener la parsimonia, pero sus dedos apretaron los palillos con una presión que habría astillado el roble. No era ira; era esa vulnerabilidad sistémica que el entrenamiento de su abuelo no le había enseñado a mitigar: la presencia de una anomalía llamada afecto.
La agitación del comedor pareció atenuarse cuando Haruna Sairenji cruzó el umbral.
Caminaba desde la zona de los expendedores de tickets con una elegancia que, en la psique de Rito, generaba una distorsión en el tejido del espacio-tiempo. Para el resto del alumnado, era una joven muy atractiva del Bloque A; para los sentidos agudizados de Rito, su presencia constituía una firma de energía que hacía que su Ki fluctuara como un océano bajo un tifón. La miraba, y por un instante, su análisis clínico de vectores y masas se disolvía en una contemplación casi religiosa.
—¿Qué esperas? ¡Estrategia de Perro, ahora!
Rito, molesto porque su apreciación de Haruna se interrumpió, miró al "General Pervertido" con desprecio apenas disimulado.
—Saruyama, tus teorías sobre la psique femenina son, por definición, un insulto a la evolución —sentenció Rito, incorporándose con una parsimonia que ocultaba la sutil transpiración de sus palmas—. Voy a interactuar con ella como un individuo funcional de la sociedad.
Rito entonces avanzó hacia el centro del comedor. Sus ojos escanearon el área con la precisión de un radar hasta localizar un espacio libre junto a los ventanales, se acercó allí mientras las chicas le miraban de reojo con lindos sonrojos, y se sentó con naturalidad. Al ver a Haruna desorientada entre la multitud, Rito tomó un respiro casi controlado y alzó la mano derecha con un movimiento seco y preciso, captando su atención de inmediato.
—Sairenji. Aquí —dijo Rito cuando ella se acercó, señalando con un gesto rígido la mesa que acababa de asegurar.
Su tono era tan monocorde y directo que casi parecía una orden militar, pero sus ojos evitaban el contacto directo, fijándose en un punto indeterminado de la pared para que ella no notara el leve temblor en sus pupilas. Su frialdad era, en realidad, el único escudo que tenía para que su sistema nervioso no colapsara ante su presencia.
—¡Ah, Yuki! —Haruna sonrió con un alivio genuino ante la invitación, ignorando la rigidez casi robótica del chico—. Muchas gracias, estaba empezando a pensar que tendría que almorzar de pie. ¿Te importa si me siento contigo?
—Es un espacio público, la ocupación es lógica —respondió Rito de forma cortante, sentándose frente a ella con una postura tan recta que parecía una estatua de mármol.
Se instalaron cerca de los ventanales que daban al patio interior. A pesar de la frialdad inicial de Rito, la conversación comenzó a fluir sobre las asignaturas de literatura y la creciente intensidad de las clases de gimnasia. Rito mantenía su «Sincronía Operativa» al máximo, analizando subconscientemente la trayectoria de cada bandeja en la habitación para asegurar que nada perturbara ese precioso momento.
Pero el universo posee un sistema de compensación cruel.
A las 13:05 PM, un estudiante de primer año, cuya coordinación motriz era nula, tropezó con su propio cordón desatado mientras cargaba una bandeja con tres platos de curry.
En el cosmos de Sainan, la gravedad no es una constante universal, sino una herramienta de humillación programada. Rito vislumbró el evento antes de su consumación física. En su mente, el tiempo se fragmentó en milisegundos de análisis táctico: «Trayectoria parabólica detectada. Ángulo de incidencia: 35 grados. Objetivo: La espalda de Sairenji. Tiempo estimado para la colisión: 1.1 segundos».
Cualquier otro joven habría gritado o entrado en pánico. Pero Rito no permitió que el estupor tomara el control de su biología. Sus fibras musculares se tensaron como resortes de alta resistencia, acumulando energía potencial en una fracción de segundo.
—¡Cuidado! —exclamó Rito.
Su cuerpo se movió con una inercia controlada, interponiéndose entre el desastre inminente y la mesa. Ejecutó un movimiento rápido, interceptando la bandeja en el aire con una precisión quirúrgica. Sus manos disiparon la energía cinética mediante un giro de muñecas que habría impresionado a cualquier maestro de Aikido, pero para no delatar sus reflejos sobrehumanos ante toda la escuela, Rito permitió deliberadamente que la viscosa salsa de curry se vertiera directamente sobre su propio uniforme.
Fue un sacrificio calculado en el altar de su anonimato.
¡SPLASH! El silencio en la cafetería fue absoluto, roto solo por el goteo del espeso caldo amarillo sobre el suelo.
—¡Yuki! ¡¿Estás bien?! —Haruna se incorporó de golpe, horrorizada, extrayendo un pañuelo con presteza. Sus manos temblaban un poco mientras se acercaba a él.
—Sí... —Rito parpadeó, manteniendo su rostro estoico mientras el picante del curry comenzaba a irritar sus conjuntivas—. Creo que el pavimento presentaba un coeficiente de fricción sospechosamente bajo hoy....Al menos, la bandeja no te alcanzó a ti.
—No deberías decir eso!
Respondiendo así, Haruna comenzó a limpiarle la frente con una ternura que hizo que Rito ignorara por completo el hecho de que ahora emanaba el aroma de una cocina india de bajo presupuesto.
Sus dedos rozaron su piel, y por un instante, el Ki de Rito vibró con una calidez que no guardaba relación alguna con las especias. Fue una fluctuación energética que amenazó con romper su control, una variable que su entrenamiento no contemplaba.
Saruyama, observando la escena desde la periferia mientras masticaba lo último de su sándwich, negó con la cabeza en un gesto de envidia pura.
—Ese maldito... ha ejecutado a la perfección la faceta de «héroe sacrificado». "Absurdo sin medida" —murmuró, viendo cómo Haruna se desvivía por atender al inexpresivo Rito mientras imitaba la frase de este último con un puchero infantil.
Horas más tarde, a las 16:20 PM, Rito se encontraba en la penumbra de los vestuarios del Edificio Este. El aroma a cúrcuma se adhería a las fibras de poliéster de su chaqueta con una tenacidad que desafiaba la lógica orgánica. Se cambió al uniforme de gimnasia con una danza de eficiencia motriz, realizando cada movimiento con una fluidez técnica que buscaba calmar su mente agitada, pero sus sentidos detectaron un cambio en la frecuencia vibratoria del ambiente.
—Yuuki-kun, ¿todavía estás aquí?
La voz de Yui Kotegawa cortó el silencio como una cuchilla. Caminaba hacia él con su habitual severidad reglamentaria, aunque sus ojos recorrieron la definición de los hombros de Rito por un microsegundo de más antes de recuperar su mirada crítica.
—Kotegawa. He tenido un... incidente cinético en la cafetería —respondió Rito, cerrando su casillero con un golpe seco.
—He oído lo del curry. Saruyama está difundiendo que te lanzaste heroicamente, aunque conociéndote, probablemente solo tropezaste de forma espectacular —sentenció Yui, cruzando los brazos—. Deberías ser más cuidadoso. La disciplina no solo se aplica a las reglas, sino también a la coordinación básica de tus pies. No podemos tener a estudiantes volando por el comedor cada vez que alguien sirve comida picante.
—Tomaré nota de tu observación sobre mi equilibrio, Kotegawa. Aunque te aseguro que la gravedad fue la única culpable —Rito se colgó la maleta al hombro y caminó hacia la salida, deteniéndose justo al lado de ella—. Por cierto... si planeas quedarte hasta tarde, te sugeriría que te mantuvieras alejada de las zonas con techos de cristal.
Yui parpadeó, confundida por el cambio repentino de tono.
—¿Qué? ¿Por qué dirías algo tan absurdo?
Rito miró hacia las ventanas superiores, donde la luz del atardecer se filtraba con una extraña distorsión visual, un efecto de lente gravitacional que solo un ojo entrenado podría notar.
—Llamémoslo intuición basada en la observación de anomalías ópticas. O simplemente, que el 14 de abril parece tener una agenda personal contra mi tranquilidad.
[14 de Abril – 19:10 PM]
[Ubicación: Residencia Yuki – Cuarto de Baño]
Al volver a casa de la escuela tras aquel desastre «currynalio», Rito solo tenía un objetivo en mente: eliminar el rastro de fenoles y especias que se había adherido a su piel mediante una limpieza por inmersión térmica profunda. Dejó que su cuerpo se hundiera en el agua a exactamente 42 grados Celsius, la temperatura óptima para relajar sus fibras musculares sin inducir letargo. Se sumergió hasta que solo su nariz y ojos quedaron sobre la superficie, observando el vapor como una barrera entre su realidad técnica y el caos exterior.
En la soledad del baño, la guardia de artista marcial inquebrantable se desmoronaba ante el peso del agotamiento social.
—Qué día más absurdo —burbujeó su voz antes de emerger por completo, dejando que el agua resbalara por su rostro esculpido.
Cerró los ojos, intentando aplicar el «Vacío Mental» para estabilizar su Ki, pero su mente era un procesador ejecutando bucles infinitos de vergüenza. La imagen de Haruna Sairenji limpiando su frente regresaba una y otra vez. En su imaginación, involuntariamente teñida por los tropos de un manga shoujo que había visto leer a Mikan, el rostro de Haruna parecía brillar con una luz etérea, sus ojos cargados de una preocupación tan dulce que le dolía el pecho.
«Yuki-kun, ¿estás bien?», la voz de ella resonaba en su cabeza, deformada por las inseguridades de Rito.
—Soy un idiota —gruñó, hundiéndose de nuevo.
La preocupación por las palabras de Saruyama regresó como una marea ácida. ¿Realmente lo veía como un «perro callejero»? La idea de que su heroísmo calculado —aquel sacrificio de su uniforme para protegerla del curry— hubiera sido interpretado como la torpeza de un animal necesitado de cuidados le revolvía el estómago. Él quería ser un guerrero, una roca en el río, pero ante ella, sus pulmones olvidaban procesar el oxígeno y su centro de gravedad parecía desplazarse hacia el núcleo del sol.
No podía evitar apreciarla...especialmente su belleza...
«Un guerrero debe saber apreciar la belleza en todas sus formas», la voz de su abuelo Shinta resonó en su memoria con un tono socarrón que Rito podía visualizar perfectamente. «Desde el filo de una katana hasta la curva de una teta bien firme y redondeada. Si no puedes admirar lo que proteges, Rito, solo eres un arma vacía».
—Viejo pervertido —susurró Rito con amargura—. Admirar la belleza es una cosa, pero sentir que mis circuitos se queman cada vez que ella sonríe es una falla sistémica....¿Un tipo que puede derrotar bandas enteras de delincuentes sin sudar se pone así por una chica? Quien lo creería....
Se frotó la cara con frustración. Odiaba esa sensación de falta de control. Podía predecir la trayectoria de un golpe, pero no la dirección de sus propios sentimientos. Estaba tan sumergido en su autodesprecio que casi ignoró el cambio en la presión atmosférica del cuarto de baño. El silencio fue asesinado a las 19:12 PM.
No fue un ruido estruendoso, sino una vibración de frecuencia ultra-alta que Rito sintió directamente en sus molares. El agua de la tina comenzó a mostrar patrones de interferencia, formando ondas concéntricas violentas.
—¿Un terremoto? No... la frecuencia es demasiado alta —Rito se incorporó de golpe, sus sentidos detectando una ruptura en el tejido del espacio-tiempo local.
El aire sobre la bañera brilló con una luminiscencia blanca de origen ionizante. El vapor comenzó a arremolinarse hacia un punto de singularidad gravitacional. Rito intentó saltar fuera de la tina, pero la inercia del evento fue más rápida que sus reflejos. Un estallido sónico sordo llenó el baño y una masa física sólida se materializó por desplazamiento molecular justo en su vector de colisión.
¡SPLASH!
El impacto fue brutal. Rito sintió un peso considerable colisionar contra su tórax, hundiendo su espalda contra la porcelana con una fuerza que habría fracturado las costillas de un humano normal. Sus manos, por puro reflejo propioceptivo entrenado para la supervivencia, se cerraron sobre la cintura de la intrusa para estabilizar su centro de gravedad, y sintió dos masas suaves y enormes presionando contra sí mientras se deformaban por el impacto...
Al abrir los ojos, la realidad se fragmentó ante sus ojos. O al menos, así le pareció.
Sostenía a una chica de cabello rosado brillante, cuya piel humedecida por el agua de la tina brillaba bajo la luz fluorescente con una calidad casi iridiscente. Sus senos se frotaron débilmente contra el pecho de Rito debido a la inercia del impacto, y una cola negra con punta de corazón se agitó rozando su hombro.
El cerebro de Rito sufrió un error crítico de sistema. El Ki que intentaba estabilizar explotó hacia sus mejillas, pasando del blanco pálido al rojo volcánico en milisegundos.
—¿Eh? —La chica parpadeó, con unos ojos verdes que destilaban una curiosidad infantil y genuina. Su voz era dulce, pero sus palabras eran un galimatías de fonemas vibrantes y extraños—. ¡Oh! ¡Peke, shata wan coordenadas sottonstabiru! ¡Hola! ¡Eres firme para mashi humano!
—¡¿Q-Q-QUIÉN ERES?! —el grito de Rito fue una mezcla de terror marcial y colapso hormonal—. ¡¿De dónde has salido?! ¡Tápate! ¡Sal de mi baño ahora mismo!
—Kote stea? —preguntó la intrusa, inclinando la cabeza con desconcierto.
Obviamente no le entendía, algo quizás lógico si se piensa en sus rasgos claramente occidentales; pero Rito no tenía mucho pensamiento lógico en este momento.
—¿Rito? —La voz de Mikan llegó desde el pasillo, filtrándose por la madera—. ¿A qué viene tanto escándalo? ¿Estás peleando con la cortina o finalmente te has vuelto loco por el exceso de entrenamiento?
Congelándose ante esa voz que a sus oídos parecía presagiar un desastre de proporciones cósmicas, Rito rápidamente soltó a la chica más baja pero "llena" de su abrazo e ignoró por completo su sexy presencia desnuda mientras esta flotaba en su bañera como una anomalía de la realidad. Manteniendo su mirada rígidamente fija en la madera de la puerta para evitar que su cerebro colapsara por la sobrecarga sensorial, se lanzó fuera de la tina con una agilidad que desafiaba la fricción, sus pies descalzos encontrando tracción en los azulejos húmedos mediante un control preciso de su Ki. Agarró una toalla de un tirón para cubrirse mínimamente mientras bloqueaba el acceso con su propio peso.
El impacto contra la madera fue seco. Rito usó su hombro y su masa corporal para asegurar el pestillo justo a tiempo.
—¡Mikan! ¡No entres! ¡He tenido un... un error de cálculo con la fricción del suelo! —gritó Rito, cuya frente goteaba sudor frío.
—¿Error de cálculo? Rito, son las siete de la tarde y estás gritando como si estuvieras peleando con un oso —la voz de Mikan sonó plana, cargada de esa sospecha tranquila—. Ábreme. Si te has roto algo, no voy a dejar que te desangres solo por tu orgullo de artista marcial.
—¡Estoy bien! ¡De verdad! ¡Es solo que... el jabón! ¡Está todo resbaladizo, es un peligro biológico ahora mismo! —la mentira salió de su boca con la desesperación de alguien que ve su integridad social desmoronarse.
Dentro del baño, la chica ladeó la cabeza. Intentó articular una respuesta, pero su garganta fallaba en la ejecución del idioma local.
—¿Mi... kan? —probó ella, forzando la fonética—. ¿Rito... kore... wa... zoku? —Frunció el ceño con frustración infantil. Gruñó, agitando su cola con impaciencia; el roce superficial de la caída no le había dado suficiente información. Necesitaba una conexión directa si quería entender por qué este humano «firme» estaba tan aterrado.
Sin previo aviso, se acercó a Rito. Él estaba de espaldas, apretando los hombros contra la puerta, cuando sintió una presencia cálida y el roce de esa cola negra contra su pierna. Antes de que pudiera reaccionar, la chica tomó el rostro de Rito con una firmeza que lo obligó a girarse, rompiendo su guardia y forzándolo a verla por fin.
—¡Espera, ¿qué estás ha—?!
Ella no le dio tiempo. La chica lo sujetó por las mejillas con una firmeza que anuló cualquier defensa marcial instintiva y selló sus labios con los de él.
Para Rito, el universo simplemente dejó de existir. No fue un roce casto; fue una invasión sensorial en toda regla. Sintió un entumecimiento eléctrico cuando sus lenguas se encontraron en un beso francés tan torpe como invasivo. Ella simplemente obtuvo lo que quería, absorbiendo en ese contacto profundo toda la base de datos lingüística que necesitaba. El baño quedó sumido en un silencio sepulcral, solo roto por el sonido del agua goteando y el latido desbocado del corazón de Rito contra su caja torácica.
La chica se separó finalmente, lamiéndose los labios con una sonrisa radiante y triunfal.
—¡Vaya! ¡Rito, tu lenguaje es muy estructurado pero muy útil! ¡Ahora entiendo por qué estás tan asustado de esa «pequeña humana ruidosa»! —exclamó ella con un japonés perfecto y esa familiaridad casual que ignoraba cualquier honorífico.
Rito se quedó petrificado contra la madera, con los ojos vidriosos y el cerebro echando humo. El entumecimiento en sus labios y el sabor de la chica eran lo único que le recordaba que seguía vivo.
—B-b-b... ¡¿Beso francés?! —balbuceó Rito, con la cara pasando por todas las gamas del rojo volcánico—. Mi primer beso... acaba de... desaparecer así... como si fuera un archivo de descarga... ¡El abuelo me va a matar! ¡He sido derrotado por una técnica oral desconocida!
—Rito... —la voz de Mikan desde el otro lado se volvió gélida al oír la voz femenina y los balbuceos incoherentes—. He oído una voz de chica. Y definitivamente he oído sonidos que no tienen ninguna explicación lógica en un baño solitario.
—¡M-Mikan, espera! ¡No es lo que parece! ¡Es una... una técnica de ventrílocuo avanzada! ¡Una interferencia de radio! —gritó Rito, soltando lo primero que pudo articular mientras intentaba recuperar su centro de gravedad.
—¡Suficiente! ¡APÁRTATE!
¡BOOM!
Mikan no esperó a la llave. Aplicó una técnica de patada de expulsión doméstica con tal precisión que el pestillo cedió de golpe. La puerta salió volando hacia adentro. Rito, aún desconcertado por el impacto del beso, no pudo reaccionar. La inercia del golpe lo empujó hacia atrás, directamente sobre la chica.
Ambos colisionaron y cayeron nuevamente al agua. Rito, en un acto reflejo de protección, terminó abrazando a la desconocida una vez más mientras el agua salpicaba violentamente por todo el baño.
Mikan se quedó en el umbral, con la pierna todavía en el aire. Durante tres segundos, el tiempo se detuvo mientras su mirada recorría la escena: el agua desbordada, la toalla de Rito apenas cumpliendo su función y una chica de cabello rosado con una extraña cola negra aferrada a su hermano.
—Rito... —La voz de Mikan vibró con shock y furia contenida—. Eres... ¡Eres el peor! ¡Un pervertido de clase mundial! ¡¿Es esto lo que haces mientras yo preparo la comida?! ¡¿Traer a una chica con intenciones sexuales al baño y usar «técnicas de ventrílocuo» como excusa?!
—¡¡Mikan, no es lo que parece!! ¡¡¡Ella cayó del techo!! ¡!!Literalmente!! —gritó Rito, intentando soltarse de la intrusa mientras el agua los hacía resbalar uno sobre otro en una coreografía del desastre.
La escena...era bastante estimulante visualmente y...Casi precia qué quería violarla sexualmente i no fuera porque la peligrosa parecía divertirse.
—¡Cállate! —Mikan se cubrió los ojos con una mano; su voz rebosaba de desprecio —. Cena. Ahora. Los tres. Ni una palabra más en este baño. Rito, si esa chica no está vestida y en la mesa en cinco minutos, consideraré que mi hermano mayor ha muerto hoy y procederé a incinerar todas tus pertenencias por puras razones de higiene moral.
Mikan se fue. Rito se quedó en la tina, con la chica todavía aferrada a su cuello y una expresión de pura derrota.
—Rito, ¿tu hermana siempre es tan ruidosa? —preguntó la joven con una curiosidad inocente, hablando ahora un japonés impecable. —Oh...¡Y estas aun más firme hay abajo!
Incapaz de procesar correctamente lo dicho, un Rito inexpresivo (Pero sonrojado) solo la miro a los ojos; preciosos como joyas, y ella solo ladeo la cabeza con una sonrisa mientras su cuerpos desnudos estaban pegados; con una reacción biológica perfectamente normal presionando alegremente su bajo vientre; peligrosamente cerca de su entrepierna femenina....
—Maldita sea... —susurró Rito, mirando al techo con ojos vacíos y sin alma—. El abuelo tenía razón. Las leyes de la física son unas bastardas, pero mi hermana es mucho peor.
Un cierto Dios al azar asentiria a esas últimas palabras.
♦♦♦♦
En la cultura japonesa, la mesa del comedor es el epicentro de la armonía familiar; un espacio sagrado donde se agradece el sustento y se calibran los vínculos. Sin embargo, para Yuuki Rito, la cena de esta noche se sentía más como el estrado de un tribunal militar bajo sospecha de alta traición. El aroma del arroz recién vaporizado y la sopa de miso, que normalmente habrían calmado sus sentidos tras un entrenamiento, solo servían para acentuar una fluctuación errática en su Ki que no lograba estabilizar tras el choque sensorial del baño.
Rito estaba sentado en su silla con una rectitud casi dolorosa, pero su «Sincronía Operativa» estaba totalmente fuera de línea. A su lado, la variable desconocida era un asalto constante a sus sentidos y a su cordura que se erosiona por instintoprimitivos.
La chica lucía una de sus sudaderas deportivas de repuesto. La prenda, diseñada para la fisonomía de un adolescente, le quedaba grande. La tela de algodón se tensaba sobre sus hombros, y la prominencia de sus tetas era tal que el logo de la marca estaba deformado hasta ser irreconocible, mostrando débilmente sus pezones.
La tela se hundía en el arco de su cintura para luego estirarse sobre sus caderas, dejando a la vista una cantidad de piel en las piernas que hacía que Rito tuviera que clavar la mirada en su cuenco de arroz para no perder el control.
—Itadakimasu —dijo Mikan. Su voz fue corta y seca, el mazo iniciando el juicio.
—I-Itadakimasu... —balbuceó Rito. Sus dedos apretaron los palillos con tal fuerza que la madera crujió levemente. Sus sentidos no dejaban de enviarle alertas: el calor de la chica a escasos centímetros, su aroma floral y el roce ocasional de esa cola negra contra su pierna, que se sentía como un cable de alta tensión rozando su piel.
—¡Itadakimasu! —exclamó la chica con una alegría que ignoraba por completo el aura de advertencia de Mikan.
Mikan dejó su cuenco sobre la mesa con una parsimonia aterradora y fijó su mirada en su hermano.
—Rito. Tienes exactamente el tiempo que me tome terminar esta sopa para explicar por qué una chica apareció en nuestra bañera, por qué te escuché balbucear sobre un «beso francés» y quién es ella exactamente —Mikan señaló con un palillo la cola negra que se agitaba tras la intrusa, golpeando rítmicamente el respaldo de la silla—. Y no aceptaré «anomalía» como respuesta. Mi paciencia ha llegado a un punto de ruptura crítico.
Rito sintió un nudo en la garganta. Intentó proyectar una calma técnica, pero el recuerdo del beso invasivo en el baño le quemaba los labios.
—Mikan, te juro que... estaba aplicando las técnicas de respiración del abuelo y de repente hubo una distorsión en la presión del aire. Ella simplemente... apareció.
—¿Apareció? —Mikan arqueó una ceja—. ¿Y el beso? ¿También fue una consecuencia de la física, hermano?
—Eso fue... necesario —intervino la chica, ladeando la cabeza con una sonrisa inocente—. Mi cerebro no procesaba vuestro lenguaje. Rito tiene una presencia muy fuerte, y como yo tengo una habilidad especial para aprender idiomas a través del contacto físico, pensé que sería lo más rápido. Al tocar su piel y luego besarlo, pude obtener vuestra lengua de golpe. ¡Es mucho más fácil así!
Mikan dejó los palillos con un clac seco que resonó en toda la cocina.
—¿Habilidad especial? —Mikan ignoró la sopa por completo. Sus ojos pasaron de la chica a Rito, quien intentaba desesperadamente hacerse pequeño en su silla—. Rito, ¿me estás diciendo que esta chica no solo invadió tu privacidad, sino que te usó como un diccionario viviente mediante un beso... y tú te quedaste ahí dejando que «sincronizara» su cerebro con el tuyo con la lengua?
—¡No es que la dejara! ¡Me tomó por sorpresa! —protestó Rito, sintiendo que su cara ardía—. ¡Anuló mi guardia por completo! ¡Ni siquiera el abuelo Shinta me enseñó a defenderme de algo así!
—¡Es cierto! ¡Por cierto, soy la Princesa de Deviluke! ¡Lala Satalin Deviluke! Y he venido desde muy lejos porque huyo de unos tipos aburridos que quieren que me case con ellos. ¡Y he decidido que, ya que Rito me ha ayudado, me parece atractivo y me ha dado su lengua... él es mucho mejor candidato que todos esos generales feos!
Rito sintió que su alma abandonaba su cuerpo mientras los palillos se le resbalaban de las manos.
—¡Espera... ¿«dado mi lengua»?! ¡Lala, no digas las cosas así delante de Mikan! —Rito se cubrió la cara con ambas manos, mientras su Ki se hundía en un estado de estasis absoluta—. ¡Mikan, no la escuches!
Mikan se levantó lentamente, rodeando la mesa hasta quedar frente a la autoproclamada princesa.
—Así que, Lala-san... —Mikan entrecerró los ojos—. Dices que eres una princesa, que huyes de un matrimonio y que has marcado a mi hermano como tu «candidato» tras asaltarlo en la bañera.
Lala asintió con una sonrisa radiante, haciendo que su cola se enroscara juguetonamente alrededor de su propia cintura.
—¡Exactamente! ¡Rito es muy divertido!
Mikan suspiró, cerrando los ojos un segundo antes de mirar a su hermano con una compasión gélida.
—Rito. Mañana mismo vamos a entrenar tu defensa hasta que tus reflejos impidan que cualquier cosa se acerque a menos de un metro de tu cara. Por ahora... Lala-san, termina tu sopa. Si vas a quedarte, hay reglas. Y la primera es: nada de «besos de conexión» fuera de tu habitación.
Mikan no llegó a terminar de explicar la segunda regla. El aire sobre la mesa del comedor comenzó a distorsionarse con un siseo estático que hizo que los vellos de los brazos de Rito se erizaran. Rito, cuyos sentidos detectaron la anomalía antes de que se hiciera visible, soltó sus palillos con un golpe seco sobre la madera y se tensó en su silla. Sus ojos captaron una fluctuación de luz verde esmeralda que se condensó rápidamente hasta formar una esfera metálica. El objeto poseía un gran ojo digital de cristal translúcido y un par de alas mecánicas que batían con un zumbido de alta frecuencia.
—¡Bip! Localización confirmada. ¡Princesa Lala, por fin la encuentro! —exclamó la esfera con una voz metálica, aguda y extrañamente cortés.
Rito y Mikan se quedaron paralizados ante el objeto que flotaba en medio de su hogar. Para Rito, ver tecnología de ese calibre operando con tal naturalidad era una afrenta directa a su comprensión de la física.
—¿Un... un dron parlante? —balbuceó Mikan, retrocediendo un paso en su silla hasta que el respaldo chocó contra la pared. Su mano buscó instintivamente el borde de la mesa para estabilizarse, sin apartar la mirada del ojo digital del intruso.
—¡Peke! ¡Has llegado! —Lala se levantó de la silla con un entusiasmo contagioso. — Rito, Mikan, ¡este es Peke! Él es mi traje robótico personal y mi compañero de juegos.
Peke se desplazó por el aire con una inercia perfecta, deteniéndose a escasos centímetros del rostro de Rito. El joven artista marcial mantuvo la mirada fija, analizando la estructura del robot mientras su Ki se estabilizaba en un estado de alerta defensiva. Peke emitió un suave pulso de luz roja que recorrió el cuerpo de Rito, desde la frente hasta la barbilla, realizando un escaneo biométrico rápido.
—Un espécimen humano con una densidad muscular inusual para la media de este sector —sentenció Peke, cerrando su ojo digital en lo que parecía ser un gesto de aprobación—. Princesa, ¿es este el habitante local que le proporcionó la base de datos lingüística? Sus niveles de energía interna son notablemente coherentes.
—¡Sí! Rito es muy firme y me ayudó mucho con el idioma, ¿a que sí? —Lala rió, tratando de atrapar a Peke con las manos.
—Lala... —la voz de Rito era un susurro cargado de una seriedad marcial—. Ese robot... ¿ha venido solo o es la avanzada de algo más?
Peke se detuvo en seco en el aire, sus alas cambiando el tono del zumbido a uno más grave. Su ojo digital pasó del verde esmeralda a un amarillo de precaución.
—Me temo que mi llegada no ha sido discreta, joven Rito. Al haber perdido su unidad de ocultamiento orgánica durante la colisión en el baño, la firma de energía de la Princesa Lala es ahora un faro para los radares de largo alcance.
—¿Quieres decir que... —Mikan empezó a decir, pero su voz fue ahogada por un fenómeno externo.
Un estruendo sordo, como si un mazo gigante hubiera golpeado la corteza terrestre, sacudió los cimientos de la casa Yuki. Las ventanas del comedor vibraron de forma violenta y el agua en los vasos mostró patrones de interferencia circulares. Rito se puso en pie de un salto, su silla arrastrándose ruidosamente sobre el suelo. En ese instante, su fluctuación de Ki desapareció, sustituida por una solidez absoluta. Sus pies se anclaron al suelo, distribuyendo el peso para una respuesta inmediata de combate.
—Llegaron —sentenció Rito, mirando hacia el jardín trasero
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